RETRATO EN SEPIA
Miro estos niños, inocentes.
Inocentes de la maldad de los hombres,
incapaces de imaginar las guerras
estas que suscitan, los que con la historia en los ojos,
ya saben y maquinan esa veleidad.
Miro estos niños, muertos todos,
acaso recordado alguno
por el milagro esquivo de una centenaria camarada
pero idos de esta vida,
congelados, con sus pechos imberbes,
atrapados en la vieja foto.
Arena en esa clepsidra caprichosa
que los resucita al son de la memoria
y los trae, como en una patena,
al altar de mi ternura.
Son niños, solo niños,
¿podrían imaginar ellos la capacidad
de amar y odiar de ese corazón
tan ajeno al mundo, que se lo arrancaría,
sin tan siquiera calzar un cuarenta?
Niños apretados en un banco, junto al maestro,
que tampoco supo advertirles
de la premura de la vida, de su codicia;
muchos perderían las alpargatas, otros las botas
alguno, los pies, todos, en cualquier momento,
la fe en los
demás, en ellos mismos, en la victoria.
¿Por qué ahora me preguntas quién perdió la batalla?
Tú sí, pero entonces
no lo sabías.
En el patio de la escuela, ignorabas esas cuitas
escritas como antífonas, en el breviario de las horas.
¡Qué ibas a saber tú, niño querido de tu madre,
del código castrense que impone la locura!
Ahí se quedaron tus amigos, con sus chaquetillas de paño
y una camisa de ilusiones, rota,
como la caricia de un mañana, contra las piedras,
como tu destino, niño inocente,
escondido en un viejo cajón
y en el sepia indiferente de una fotografía.
Antonia Cerrato Martín-Romo
30 de Enero de 2013